MEJICO
Ramón Amaro Ortega, la continuidad de un deporte que une generaciones
A los 57 años, con el dorsal 4 del equipo VETERANOS del CD Hidalgo y la rutina de un empleado que organiza su tiempo alrededor de los entrenamientos y los partidos, Ramón Amaro Ortega encarna una historia que va más allá del marcador. Para él, la cancha no es solo un espacio de competición: es el lugar donde se ensamblan amistades de juventud, se escribe la memoria familiar y se transmite la pasión por el baloncesto a quienes aún no han tenido las oportunidades de un club formal.
Mantenerse activo y encontrar sentido
Ramón resume su impulso con una frase sencilla y rotunda: “Quiero estar activo físicamente practicando el deporte que me apasiona”. Participar en la Liga LBA no es un capricho de veterano, sino una decisión consciente que le brinda salud, energía y un propósito semanal. El juego regular, la preparación y la competición forman parte de su disciplina vital; la liga, añade, le ofrece “un entorno organizado, competitivo y sobre todo inclusivo”.
El valor de jugar con los de siempre
Hay algo que pesa más que cualquier triunfo: la complicidad con compañeros conocidos desde la juventud. En la descripción de Ramón se percibe el afecto que va más allá del rendimiento: “Es muy agradable jugar con personas que conoces desde joven; hay una complicidad y un cariño que no se encuentra en cualquier equipo”. La presencia en las gradas de la gente que lo ha seguido “durante años” es, según él, una gratificación que transforma cada partido en una celebración colectiva.
Canchas como hilo familiar
La biografía deportiva de Ramón se lee también como la crónica de una familia que ha crecido alrededor de un aro. “El baloncesto me ha permitido compartir canchas con mis hijos y ahora con mis nietos”, cuenta. Esa continuidad intergeneracional le otorga al deporte una dimensión casi ritual: las canchas se convierten en el escenario donde se transmiten gestos, anécdotas y afectos, y donde cada generación reconoce y recoge el testigo del placer por jugar.
Enseñar cuando las oportunidades escasean
Para Ramón, el deporte tiene además una obligación social: abrir puertas a quienes no las tienen. Hablar de transmitir conocimientos no es mera retórica; es una acción concreta. Ha dedicado tiempo a enseñar a niños sin recursos para entrenar en clubes, y encuentra en ese acto una de las mayores satisfacciones. “Ver que un joven descubre el deporte por lo que es y que tú has podido guiarlo, es una de las mayores recompensas”, afirma. En su mirada, la enseñanza deportiva es semilla que puede germinar en autoestima, disciplina y sentido de comunidad.
La influencia de la Liga LBA en la comunidad
La experiencia de Ramón ofrece una lectura directa sobre el impacto comunitario de la liga. Para él, la LBA ha contribuido a que el baloncesto sea más inclusivo y accesible: “Ha favorecido que familias enteras lo practiquen y ha abierto la puerta a personas de todas las edades”. Observa con satisfacción el crecimiento del número de jóvenes que hoy participan, una señal de que la liga no solo mantiene a los veteranos en juego sino que también alimenta el relevo generacional.
Una historia que resume el sentido del deporte amateur
Si se pidiera a Ramón que sintetizara lo que quiere dejar como legado en la liga, lo haría en pocas palabras: salud, amistades y la posibilidad de transmitir algo valioso. Su trayectoria —empleado que saca tiempo para competir, padre y abuelo sobre la misma pista, formador de quienes no pueden permitirse un club— es la pequeña biografía de un deporte que, en ámbitos locales como el de CD Hidalgo y la LBA, funciona como tejido social.
Ramón no busca glorias individuales ni titulares rimbombantes; busca que el baloncesto siga siendo un vehículo de encuentro, aprendizaje y alegría. En su caso, y en el de muchas personas como él, la cancha es el lugar donde se sigue escribiendo una historia: la del deporte entendido como posibilidad, como puente y como memoria compartida.
Mantenerse activo y encontrar sentido
Ramón resume su impulso con una frase sencilla y rotunda: “Quiero estar activo físicamente practicando el deporte que me apasiona”. Participar en la Liga LBA no es un capricho de veterano, sino una decisión consciente que le brinda salud, energía y un propósito semanal. El juego regular, la preparación y la competición forman parte de su disciplina vital; la liga, añade, le ofrece “un entorno organizado, competitivo y sobre todo inclusivo”.
El valor de jugar con los de siempre
Hay algo que pesa más que cualquier triunfo: la complicidad con compañeros conocidos desde la juventud. En la descripción de Ramón se percibe el afecto que va más allá del rendimiento: “Es muy agradable jugar con personas que conoces desde joven; hay una complicidad y un cariño que no se encuentra en cualquier equipo”. La presencia en las gradas de la gente que lo ha seguido “durante años” es, según él, una gratificación que transforma cada partido en una celebración colectiva.
Canchas como hilo familiar
La biografía deportiva de Ramón se lee también como la crónica de una familia que ha crecido alrededor de un aro. “El baloncesto me ha permitido compartir canchas con mis hijos y ahora con mis nietos”, cuenta. Esa continuidad intergeneracional le otorga al deporte una dimensión casi ritual: las canchas se convierten en el escenario donde se transmiten gestos, anécdotas y afectos, y donde cada generación reconoce y recoge el testigo del placer por jugar.
Enseñar cuando las oportunidades escasean
Para Ramón, el deporte tiene además una obligación social: abrir puertas a quienes no las tienen. Hablar de transmitir conocimientos no es mera retórica; es una acción concreta. Ha dedicado tiempo a enseñar a niños sin recursos para entrenar en clubes, y encuentra en ese acto una de las mayores satisfacciones. “Ver que un joven descubre el deporte por lo que es y que tú has podido guiarlo, es una de las mayores recompensas”, afirma. En su mirada, la enseñanza deportiva es semilla que puede germinar en autoestima, disciplina y sentido de comunidad.
La influencia de la Liga LBA en la comunidad
La experiencia de Ramón ofrece una lectura directa sobre el impacto comunitario de la liga. Para él, la LBA ha contribuido a que el baloncesto sea más inclusivo y accesible: “Ha favorecido que familias enteras lo practiquen y ha abierto la puerta a personas de todas las edades”. Observa con satisfacción el crecimiento del número de jóvenes que hoy participan, una señal de que la liga no solo mantiene a los veteranos en juego sino que también alimenta el relevo generacional.
Una historia que resume el sentido del deporte amateur
Si se pidiera a Ramón que sintetizara lo que quiere dejar como legado en la liga, lo haría en pocas palabras: salud, amistades y la posibilidad de transmitir algo valioso. Su trayectoria —empleado que saca tiempo para competir, padre y abuelo sobre la misma pista, formador de quienes no pueden permitirse un club— es la pequeña biografía de un deporte que, en ámbitos locales como el de CD Hidalgo y la LBA, funciona como tejido social.
Ramón no busca glorias individuales ni titulares rimbombantes; busca que el baloncesto siga siendo un vehículo de encuentro, aprendizaje y alegría. En su caso, y en el de muchas personas como él, la cancha es el lugar donde se sigue escribiendo una historia: la del deporte entendido como posibilidad, como puente y como memoria compartida.






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